El amor es como un pote de un cuarto de helado.
Uno lo piensa, lo imagina, lo sublima, lo saborea de antemano.
Lo arma a piacere, lo empieza a degustar.
En cuanto lo tiene enfrente se da cuenta de que el chocolate estaba flojo, la frutilla aguada, que no quería tanta cantidad de vainilla e, indefectiblemente, al poco tiempo se empieza a derretir, formándose en el fondo una sopita de colores dudosos.
Sin embargo le sigue dando y dando con la cuchara, hasta que no queda nada.
El hambre de helado es insaciable. Así como el hambre de amor. Pero aunque pocas veces se parezca a lo imaginado, aunque el granizado tenga poco chocolate o el limón sea muy ácido, uno vuelve a reincidir indefectiblemente ante cada nuevo pote, presto a entregarse a sus brazos.
23.7.08
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1 comentario:
A mí me han tocado buenos helados!!
Eso sí, hace un par de meses que estoy a dieta! jajaja
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